Discurso sobre reforma constitucional y reelección presidencial
El
ex presidente Leonel Fernández declara en estos momentos que no se
opone a una modificación de la Constitución para restablecer la
reelección, pero que debe hacerse con respeto y dijo que no aprueba el
proyecto de ley en ese sentido sometido por un grupo de legisladores.
“Obviamente, lo hacemos con
respeto; y lo que afirmo es que el proyecto de ley, actualmente en el
Senado, que procura modificar la Constitución de la República es
insuficiente, y por lo tanto, inaceptable, por el riesgo y la
inseguridad que implica para la supervivencia de nuestras instituciones
democráticas”, dijo el presidente del PLD.
Asimismo, dijo que “aunque para
muchos resulta más que claro en la actualidad, para no dar lugar a dudas
en los años por venir, para que no haya ningún equívoco o falsa
interpretación, debería contemplarse modificar el artículo 270 del texto
constitucional, para que en lo sucesivo, en forma directa señale que la
Ley de Convocatoria a la Asamblea Nacional Revisora debe ser aprobada,
ni siquiera como una ley orgánica, sino como una ley especial, con las
tres cuartas partes de la matrícula de ambas cámaras”.
De igual manera, plantea
Fernández, “debería someterse a modificación el artículo 271, para
establecer que en lo sucesivo, si la reforma constitucional versa sobre
el mandato de elección constitucional del Presidente de la República, la
decisión deberá adoptarse también por la mayoría de las tres cuartas
partes de los miembros de la Asamblea Revisora
“Debería también someterse al
Congreso Nacional, para que rija en lo adelante, la ley que dispone la
Consulta Popular, para que pueda modificarse la Constitución conforme al
artículo 210 de la misma.
“Finalmente, en lo atinente a la
celebración del referendo aprobatorio, previsto en el artículo 272, la
propuesta es que el número de electores se eleve del 30 al 60 por ciento
de los inscritos en el registro electoral, para de esa manera hacerlo
más participativo y democrático.
“La idea es, vuelvo a repetirlo,
que la Constitución sea rígida. Que no pueda ser cambiada o modificada
tan fácilmente. Que no dé lugar a interpretaciones aviesas o
acomodaticias. Que la Constitución sea, de manera permanente, el pacto
suscrito por los diversos sectores que componen la sociedad dominicana,
para que prevalezca siempre la paz, el progreso y la convivencia
civilizada.
“Como puede apreciarse, lo que
sugiero es simple. No persigo cargo o puesto alguno. Sólo invoco que se
respete la Constitución, para que un mal ejemplo de hoy no se convierta
en la excusa o la justificación del mañana; y que todo lo construido
hasta hoy, con el esfuerzo laborioso de todos los dominicanos y
dominicanas, se destruya, por las ambiciones irrefrenables de poder que
cada cierto tiempo surgen en el horizonte nacional.
“Reconozco que como consecuencia
de las discrepancias que se han suscitado en torno al proyecto de
reforma constitucional que procura la reelección presidencial, ha
surgido mucha intranquilidad y desasosiego en nuestro pueblo, y mucha
mortificación y aflicción en la familia peledeísta.
“A pesar de nuestras
diferencias, hago todo el esfuerzo para que nuestro Partido se mantenga
fuerte, cohesionado y unido. Por eso, incentivo una línea de diálogo
permanente para superar nuestros escollos”, dijo Fernández en una cadena
de radio y televisión.
A continuación el discurso íntegro de Leonel Fernández:
Discurso sobre Reforma Constitucional y Reelección Presidencial
Lunes 25 de Mayo del 2015
Pueblo Dominicano:
Me dirijo a Uds. esta noche
porque estoy consciente que debido a las tensiones suscitadas por el
intento de reformar la Constitución de la República con el propósito de
hacer posible la reelección presidencial, hay mucha intranquilidad y
nerviosismo en distintos sectores de la vida nacional, y mucha angustia y
ansiedad dentro de las filas del Partido de la Liberación Dominicana.
Lo primero que debo decir al
respecto es que contrario a la percepción que ha querido crearse, mi
observación a la referida reforma constitucional no obedece al hecho de
que sea un ambicioso, un mezquino o un obstinado que desafía todos los
obstáculos , aunque las circunstancias, supuestamente, no le favorezcan.
Nada más descabellado. Mi
observación no obedece a razones tan innobles. Resulta, más bien, de una
convicción; de valores y de principios que he sustentado con mi propia
conducta o proceder, a lo largo del tiempo, cuando requerido por la
dinámica de los acontecimientos, he tenido que adoptar decisiones sobre
el particular.
Por ejemplo, muchos recordarán
que durante mi primera gestión de gobierno, allá por el 1998, el
presidente del Senado, Amable Aristy Castro, del Partido Reformista
Social Cristiano, me hizo pública la propuesta de reformar la
Constitución de la República a los fines de hacer posible la reelección
presidencial.
El senador Aristy Castro incluso
me visitó a mi casa para persuadirme de la necesidad de realizar la
susodicha reforma. Al senador Aristy Castro le agradecí su gesto de
confianza hacia mi persona, pero inmediatamente le expresé mi desacuerdo
con su proyecto de reforma constitucional.
Pero el senador reformista no se
daba por vencido. Poco tiempo después volvió, pero esta vez acompañado
del Dr. Donald Reid Cabral, quien también se sumó a la causa de la
necesidad de la reforma del texto sustantivo de la nación.
A ambos les reiteré mi negativa,
pero había tal vehemencia y ardor en sus planteamientos que me pidieron
visitar al Dr. Joaquín Balaguer, para escuchar directamente de sus
labios el mensaje que me habían estado transmitiendo.
Visité a la legendaria figura de
la política dominicana y hombre poseedor de una cultura enciclopédica,
en su residencia de la Avenida Máximo Gómez No. 25. Allí conversamos
sobre diversos tópicos, pero muy especialmente sobre el tema que nos
concernía: el de la reforma constitucional para viabilizar la reelección
presidencial.
Escuché con gran atención e
interés al viejo zorro de la política discernir sobre la inevitabilidad
de modificar nuestra Carta Sustantiva, en razón de las graves amenazas
de inestabilidad y retroceso que se cernían sobre el país ante la
posibilidad de que la oposición saliese triunfante en las urnas.
En todo caso, lo que le
manifesté, en medio de la gratitud y el respeto, fue mi desacuerdo,
fundamentado en el hecho de que no me parecía aconsejable modificar la
Constitución para beneficio propio; y en razón de que la última vez que
en la historia de la República se había intentado hacer, en la época de
Horacio Vásquez, le abrimos las puertas a la larga tiranía de Rafael
Leónidas Trujillo.
Mis argumentos no le parecieron
convincentes. No estuvo satisfecho con mi decisión, pero finalmente la
aceptó. Acordamos mantener la comunicación ante cualquier otra
eventualidad. Nos dimos un fuerte abrazo; y finalmente, nos despedimos.
Como siempre, tomé la decisión
que entendía correcta, guiado por mis principios. Años más tarde, con el
apoyo de más de dos millones de votantes, por primera vez en la
historia electoral de la República Dominicana, sin tener que haber
modificado la Constitución, retornamos al poder en el 2004.
Con este triunfo del pueblo
dominicano, desde el gobierno logramos recuperar la confianza, que
estaba completamente perdida. Se redujo la tasa de cambio, que de 57
pesos por cada dolar, se colocó, de manera inimaginable, a tan solo 28
dólares por cada peso. La inflación bajó. La economía se estabilizó y
volvió a crecer por encima del 7 por ciento del Producto Interno Bruto.
Se generaron nuevos empleos. Se aplicaron, de manera activa y eficiente,
políticas sociales que hoy son ejemplo para toda la región; y se
disminuyó, en forma significativa, el nivel de pobreza.
Como consecuencia de esos
logros, obtuvimos, nuevamente, el respaldo mayoritario del electorado en
los comicios de medio término del año 2006. En esa oportunidad,
conquistamos, por vez primera, como Partido de la Liberación Dominicana,
el mayor número de Senadores, Diputados y Alcaldes en el espectro
político nacional.
Debido a esa resonante victoria,
proclamé que la ruptura histórica experimentada con el golpe de Estado
contra el gobierno del profesor Juan Bosch, en el 1963, se había vuelto a
reencontrar con el triunfo de las fuerzas peledeístas en el 2006.
Entonces afirmé que el boschismo
había vuelto a ser mayoría en la República Dominicana, y que esa era la
ocasión precisa para continuar la Revolución democrática institucional
que el líder y fundador de nuestro glorioso Partido de la Liberación
Dominicana, profesor Juan Bosch, el más agudo pensador y analista
político nacional, había iniciado desde sus luchas en el exilio y tras
la muerte de Trujillo.
En razón de que la Constitución
fue modificada en el 2002 por mi antecesor, no tenía ningún impedimento
constitucional ni legal para presentarme a un segundo mandato
consecutivo en el año 2008. Así lo hice, obteniendo nuestro Partido de
la Liberación Dominicana un nuevo triunfo, a pesar del impacto de la
crisis económica global, que condujo a un incremento inusitado de hasta
147 dólares el barril de petróleo, y a alzas desmesuradas del precio de
los alimentos, fruto de la especulación financiera de contratos a futuro
de productos básicos.
El 2010 fue memorable. En esa
ocasión, todo el mapa electoral de la República Dominicana fue teñido de
morado. Se había logrado lo que nunca antes organización política
alguna había alcanzado en la historia política de la República
Dominicana: haber ganado 31 de de las 32 provincias del país.
Todo eso, naturalmente, era
posible por la estabilidad, el crecimiento, el desarrollo, el progreso,
la modernización, la institucionalización y el bienestar que venía
experimentando nuestro país, bajo la conducción del Partido de la
Liberación Dominicana.
Los representantes de organismos
multilaterales, las delegaciones diplomáticas acreditadas en el país,
las agencias calificadoras de riesgo, los diversos núcleos
empresariales, los dirigentes sindicales, los visitantes extranjeros y
los compatriotas que retornaban al lar patrio, todos sólo expresaban
palabras de encomio y de asombro frente a los cambios que se erigían
ante sus ojos, como testigos de excepción.
Y así, de esa manera, las agujas
del reloj se movían de manera indetenible hacia la celebración de
nuevos comicios presidenciales en el 2012. Pero desde un año antes, en
el 2011, la efervescencia de la campaña empezó a sentirse. Se realizaban
distintos actos en favor de una nueva reelección. Las diversas
encuestas que se hacían, nos colocaban como favorito para ganar en
primera vuelta.
Como parte de esos eventos, 27
Senadores me giraron una visita al Palacio Nacional sólo con el
propósito de expresarme su solidaridad y apoyo ante cualquier decisión
que adoptase con respecto al tema de la reelección. Igual ocurría con la
mayoría de los Diputados y Alcaldes de nuestra organización política,
quienes querían arrimar sus hombros y hacer causa común conmigo ante la
eventualidad de una nueva candidatura presidencial.
Finalmente, aconteció lo
insólito. Se celebró un solemne, apasionante y masivo acto en el Centro
Olímpico Juan Pablo Duarte, para hacer entrega de 2 millones 400 mil
firmas de ciudadanos, en el que se nos solicitaba aceptar una nueva
candidatura a la Presidencia de la República por el Partido de la
Liberación Dominicana.
A pesar de todo el apoyo
manifestado, de los grandes encuentros realizados y de todos los
testimonios de respaldo, lo que hice fue pronunciar un discurso en el
que expresé mi preocupación en el sentido de que si intentase responder
positivamente a las peticiones de diversos sectores en favor de una
nueva candidatura presidencial en el año 2012, se estaría reproduciendo
una antigua y rechazada práctica histórica nacional de pretender
perpetuarse en el poder.
No es esta la primera vez que lo
digo. Eso lo expresé en el 2011, cuando tenía un respaldo abrumador,
dentro y fuera de nuestro Partido; y cuando todas las encuestas
señalaban que ganaría en primera vuelta con porcentajes parecidos a los
de elecciones anteriores.
A pesar de todo eso, no cambié
la Constitución para reelegirme. No l o hice en el 1998, cuando me
pedían a voz en cuello que me amarrara los pantalones; ni lo hice en el
2011, cuando no claudiqué, ni ante el reclamo de las multitudes, ni ante
los números de las encuestas.
La razón era muy sencilla. No lo
hice por mi profundo respeto por la Constitución de la República; y por
mi inocultable temor de que la democracia, por la que tanta sangre se
ha derramado, fuera a sucumbir una vez más.
En el 2012 hice fue lo que me
correspondía hacer, tanto por mi condición de Presidente del Partido de
la Liberación Dominicana, como por lo que me dictaba mi propia
conciencia, que era apoyar en cuerpo y alma a nuestro candidato
presidencial, compañero Danilo Medina, a los fines de que pudiera
coronar con éxito sus aspiraciones de subir las escalinatas del Palacio
Nacional.
Nuestro candidato estaba 25
puntos por debajo en las encuestas. Pero decidimos trabajar unidos, como
corresponde siempre dentro del Partido de la Liberación Dominicana.
Creamos tres frentes de batalla. Recorrimos todo el territorio nacional.
Concitamos, una vez más el apoyo nacional; y volvimos a ganar en
primera vuelta.
Sé que en determinados círculos
de opinión se sostiene el argumento de que el propósito de la reforma a
la Constitución del 2010 fue el de rehabilitar mis posibilidades de
retorno al poder. Nada más incierto. La reforma constitucional del 2010
no se hizo con esa finalidad.
Al revés, esa fue una reforma
integral, pactada con todos los sectores de la vida nacional, mediante
un mecanismo de consulta popular, como no se había hecho nunca en la
historia nacional, que abarcó la casi totalidad de la Carta Sustantiva,
motivo por el cual muchos abogaban que se hiciese bajo la forma de una
Asamblea Constituyente.
En lo concerniente al actual
sistema de elección presidencial, no fue mi criterio el que prevaleció.
Fue el de otras fuerzas que consideraron que era más adecuado volver al
modelo alternativo de la Constitución del 1994, que continuar con el
mecanismo impuesto en la reforma del 2002.
Pero mi desapego y desinterés
por ocupar cargos no proviene únicamente de haber desestimado en dos
ocasiones reformar la Constitución para reelegirme. Eso viene de muchos
años atrás, cuando, por ejemplo, en el 1986 fui escogido como Diputado
por el Distrito Nacional, y a pesar de haber sido despojado injustamente
de esa elección, no presenté un solo motivo de agravio ante las
autoridades de nuestro Partido.
Lo mismo volvió a ocurrir en el
1990. En esa ocasión se me pidió , nueva vez, abandonar la boleta como
eventual candidato a Diputado por el Distrito Nacional, porque,
supuestamente, se tenía previsto que ocuparía la función de Canciller de
la República, en el caso hipotético de un triunfo en las urnas.
Luego de los acontecimientos que
frustraron la llegada al poder de nuestra organización en esas
elecciones, un compañero, tal vez con el propósito deliberado de
zaherirme, en tono sarcástico, me expresó: ¨Tu sabes que si hubiésemos
ganado, a ti sólo te habrían propuesto la posición de Vice-canciller.¨
Mi respuesta le sorprendió. Sólo atiné a decirle: ¨Pero es que como Vice-canciller todavía habría sido demasiado para mí.¨
Posteriormente, en el 1993,
cuando se me sugería ser candidato a la Vice-presidencia para las
elecciones del año siguiente, en 1994, decliné amigablemente la
propuesta, y hasta propuse quien sería el compañero más idóneo para tan
alta distinción.
Todo este relato lo he traído a
colación para indicar que en todo lo largo de mi trayectoria política,
tal vez de manera atípica, nunca me he procurado cargos o puestos. Los
que se han conquistado a lo largo de los años, han sido sobre la base
del reconocimiento espontáneo y generoso de núcleos de amigos y
compañeros que simplemente han confiado en mí; y han creído ver en mi
persona determinadas cualidades que les atraen y les simpatizan.
Pero ni antes ni ahora mi lucha
jamás ha sido por un cargo. Antes como en la actualidad, lo que siempre
me ha animado es la lucha por una causa. Por una causa que considere
justa, noble y valedera.
Y en estos momentos, la causa
que asumimos es la del respeto por nuestra Constitución, la defensa de
nuestra democracia y nuestro Estado de Derecho. Lo hago porque como
principal promotor o auspiciador de la actual Carta Magna, sin que nadie
me haya dado mandato para ello, me siento, sin embargo, en la
obligación moral de ser su guardián, su vigilante y su centinela, al
igual que todo el pueblo dominicano.
Pero, más aún, lo hago porque
percibo que en nuestro medio no se ha llegado plenamente a comprender
que el objetivo fundamental de una Constitución es el de establecer los
límites al ejercicio del poder político.
La Constitución, además de
disponer la protección y garantía del disfrute de los derechos
fundamentales, contiene las reglas del juego político; y es como el
semáforo en rojo que indica cuando hay que detenerse.
En la historia nacional ha
habido quienes osadamente han modificado nuestra Ley de Leyes, para
continuar su marcha desenfrenada, aún con la luz en rojo.
Y eso es lo que no podemos permitir que ocurra nunca.
Un destacado jurista y filósofo
italiano del siglo XIX, Gian Domenico Romagnosi, llegó a sentenciar que
¨La Constitución es la ley suprema que un pueblo impone a sus
gobernantes con el objeto de precaverse contra el despotismo.¨
Parafraseando a Winston
Churchill, el símbolo de la resistencia contra los nazis durante la
Segunda Guerra Mundial, la Constitución ¨no es un sofá que toma la forma
de la última persona que se sentó en él.¨
En definitiva, la Constitución
tiene una función de legitimación del poder político, tanto en su origen
como en su desempeño. Para ella, la soberanía reside exclusivamente en
el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce en los
términos establecidos por la propia Constitución y las leyes.
Todo lo que se haga contrario a
la Constitución es nulo. La Constitución es la fuente del Estado
Democrático y Social de Derecho. Es la garantía del respeto a la
dignidad de las personas; del derecho a la vida; a la libertad de
expresión; a la integridad personal; a la libertad de conciencia y
cultos; del derecho al honor, a la educación, a la salud y al trabajo.
Hace exactamente 50 años el
pueblo dominicano se levantó en armas, en la gloriosa gesta heroica del
24 de abril de 1965, exigiendo el restablecimiento de la Constitución de
la República, que había sido vilmente conculcada, infringida y
quebrantada, por los autores de la asonada militar de septiembre de
1963, que puso fin, de manera abrupta, al primer ensayo democrático
post-dictadura de Trujillo, encabezado por ese gran maestro de la
política y la literatura, el profesor Juan Bosch.
Nosotros, los miembros y
dirigentes del Partido de la Liberación Dominicano somos los legatarios
universales de ese gran movimiento que fue la Revolución de Abril, pues
sin ese acontecimiento, el líder y fundador de nuestro Partido no habría
evolucionado en su pensamiento, dejándonos de esa manera huérfanos de
una orientación que nos sirviera para convertirnos en los arquitectos de
nuestro propio destino.
Sin Constitución no hay patria.
Sin Constitución no hay nación; no hay familia. Sin Constitución todos
nuestros derechos son desconocidos. Sin Constitución podemos ser
esclavizados, tratados sin dignidad, sin respeto, sin honor. Sin
Constitución, sencillamente, no existimos.
Por eso debemos conocer,
respetar y honrar nuestra Constitución. Sólo ella nos protege contra la
arbitrariedad, el despotismo, la tiranía y la opresión.
Dominicanas y Dominicanos:
El pasado 30 de abril fue
depositado por ante el Senado de la República, un proyecto de ley que
declara la necesidad de reformar la Constitución de la República en su
artículo 124.
Ese proyecto de ley fue
presentado por 13 honorables miembros de esa cámara legislativa,
conforme al artículo 269 de la Constitución, según el cual nuestra Carta
Sustantiva ¨podrá ser reformada si la proposición de reforma se
presenta en el Congreso Nacional con el apoyo de la tercera parte de los
miembros de una u otra cámara, o si es sometida por el Poder
Ejecutivo.¨
El objetivo del proyecto de ley, como acaba de indicarse, es el de reformar el artículo 124 de la Constitución, que dice así:
¨El Poder Ejecutivo se ejerce
por el o la Presidente de la República, quien será elegido cada cuatro
años por voto directo y no podrá ser electo para el período
constitucional siguiente.¨
El proyecto de ley para reformar la Constitución lo que indica es lo que sigue:
¨Artículo 1.- Se declara la
necesidad de modificar el artículo 124 de la Constitución de la
República del 26 de enero del año 2010, así como el establecimiento de
un artículo tran]-sitorio en el texto de la misma, conforme se indica en
el siguiente artículo.
¨Artículo 2.- La presente reforma tiene por objeto:
¨a) permitir que el Presidente
de la República disponga del derecho de poder optar por un segundo y
único período constitucional consecutivo, no pudiendo postularse jamás
al mismo cargo.
¨b) establecer un artículo
transitorio en que se consigne de que en el caso eventual de que el
Presidente de la República actual, correspondiente al período 2012-2016,
sea candidato presidencial para el período 2016-2020, no podrá
presentarse para el siguiente y para ningún otro.¨
Como ha podido constatarse, el
objetivo de la reforma constitucional es el de hacer posible la
reelección presidencial para un segundo período consecutivo, y que luego
no pueda postularse jamás.
Como he expuesto de manera
consistente, estando en el poder o fuera de él, siempre he estado de
acuerdo con la reelección presidencial como figura jurídica, porque, en
realidad, cuatro años resultan pocos para un gobierno que está
realizando una buena labor.
Por eso, en el caso de que así
lo contemple la Constitución, al momento de iniciarse el mandato
presidencial, como fue mi caso en el 2008, lo ideal es que el pueblo
decida en las urnas, y que el representante del Poder Ejecutivo pueda
tener la oportunidad de reelegirse para un segundo período consecutivo.
Ese es el modelo norteamericano,
que empezó como costumbre cuando luego de haber agotado dos períodos
consecutivos de cuatro años, George Washington, el primer presidente, no
sólo de los Estados Unidos, sino del mundo, pasó a retiro.
Esa práctica continuó con John
Adams, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe y todos los
ejecutivos norteamericanos, hasta Franklin Delano Roosevelt, que por el
hecho de la Gran Depresión, en la década de los treinta, y la Segunda
Guerra Mundial, fue electo cuatro veces para ocupar la Casa Blanca.
Fue después de Roosevelt, en la
Enmienda No. 22 de la Constitución de los Estados Unidos, ratificada el
27 de febrero de 1951, que vino a instituirse, por vía constitucional,
de sólo dos períodos presidenciales, y nada más.
Pero ni siquiera en nuestra
propia región de América Latina y el Caribe, ese sistema norteamericano
tiene carácter de validez universal. En México, por ejemplo, es un solo
período de seis años, llamado sexenio. En Colombia, después del
presidente Álvaro Uribe, dos períodos de cuatro años. Igual en
Argentina. En Brasil, son dos períodos consecutivos, brincar el tercero,
y poder volver.
En Chile y Uruguay es igual que aquí: un período sí y otro no. En Venezuela, es indefinido.
En resumen, lo que quiero hacer
significar es que no existe un modelo único de agotamiento de períodos
presidenciales, aceptado de igual manera por todos. Por tanto, no es
válida la idea de que la reelección presidencial, por su propia
naturaleza, es mala. No es así. Si hubiese tenido esa creencia, no
habría sido candidato a la reelección en el 2008 para un segundo período
consecutivo.
El debate, más bien, gira en
torno a si es apropiado, si es correcto modificar la Constitución con el
único propósito de hacer potable la reelección presidencial.
Por mi trayectoria personal, ya
se sabe que no soy partidario de ese tipo de acción. Me inclinaría por
el criterio de realizar esa modificación cuando recaiga en un momento
que no beneficie al incumbente, esto es, al presidente de turno, para de
esa manera no resquebrajar la institucionalidad.
Más aún, considero que en casos
de trascendencia tal, como el de una modificación a la Carta Magna, que
involucra el interés de la nación, la fórmula más adecuada y eficaz para
salir hacia adelante, es mediante el diálogo, la construcción de
consensos y la unificación de criterios, tanto dentro del propio
Partido, como en toda la sociedad.
Así se hizo con la reforma
constitucional del 2010, en la que las distintas organizaciones cívicas
del país fueron invitadas a participar de una consulta popular, en la
cual expresaron sus propuestas sobre cómo debía quedar organizado el
Estado dominicano del siglo XXI.
En adición al mecanismo de las
consultas populares, se creó una comisión de 15 juristas expertos en
Derecho Constitucional, que contribuyeron con el diseño técnico jurídico
final de las propuestas.
De esa manera, en comunicación
constante con todas las fuerzas vivas de la nación, en forma abierta y
democrática, se realizó la más profunda y progresista reforma
constitucional en nuestro país, después de la histórica y emblemática
del 1963.
En síntesis, aunque desde mi
perspectiva no es lo más idóneo ni es lo más apropiado, tampoco es que
una Constitución no pueda modificarse para hacer posible un segundo
mandato presidencial consecutivo.
Desde el punto de vista
jurídico, se puede. Lo que ocurre es que tiene que hacerse respetando el
procedimiento consagrado en la propia Constitución.
En ese aspecto, me preocupa que
en el debate que ha surgido para modificar nuestra Carta Sustantiva, se
quiera desconocer que la ley que convoca a la Asamblea Nacional Revisora
sea una ley orgánica, la cual, por consiguiente, requiere de la
aprobación de las dos terceras partes de los presentes, tanto del Senado
como de la Cámara de Diputados.
Se comprende que si para someter
dicho proyecto de ley, se requiere que no sea un solo Senador o un solo
Diputado, sino una tercera parte de los miembros del Senado, o una
tercera parte de los miembros de la Cámara de Diputados, es porque se
trata de algo no ordinario, sino especial.
Luego, si conforme al artículo
271 de nuestra actual Constitución, para aprobar la reforma propuesta,
la Asamblea Nacional Revisora, que es la reunión de ambas cámaras,
Senado y Cámara de Diputados, requiere las dos terceras partes de los
votos, ¿ por qué razón, entonces, se le quiere negar la condición de
orgánica a la ley que declara la necesidad de reformar la Constitución?
Eso, que parece un debate, más
para abogados que para el resto de la ciudadanía, tiene, sin embargo,
una trascendencia enorme para el futuro de nuestra democracia.
Porque lo que estamos
discutiendo es si nuestra Constitución debe ser rígida o flexible. Si es
rígida es difícil de modificar, que es lo que se desea para cualquier
Constitución en el mundo. Si es flexible, entonces se hace susceptible
de ser modificada por cualquier capricho, quebrantándose, de esa manera,
el Estado de Derecho.
Pero, además, me preocupa que se
tejan ardides y se elaboren argucias para eludir el hecho de que una
reforma como la que se está planteando requiera de algún mecanismo de
legitimación popular, como sería el caso, por ejemplo, de un referendo
aprobatorio.
Para aspirar a reformar la
actual Constitución de la República y hacer posible la reelección
presidencial, se parte de la premisa del enorme respaldo que recibe el
Presidente de la República, en las distintas mediciones o encuestas que
se realizan.
Sobre esa base, se ha levantado
la consigna que se lee en letreros, en distintas partes del país, de que
el pueblo es el que manda.
Comparto esa opinión. El pueblo
es el que manda; y si es así, dejemos que sea el pueblo el que
efectivamente se exprese mediante la realización de un referendo
aprobatorio, para que diga directamente si quiere o no la reforma
constitucional, conforme al artículo 272 de nuestra Constitución.
Ese sería un ejemplo hermosísimo
de democracia directa, como nunca antes se ha visto en la historia
nacional. De esa manera, nuestro Partido de la Liberación Dominicana
estaría a la altura de las grandes expectativas nacionales, se cubriría
nuevamente de gloria, y dejaría escrito un nuevo capítulo ejemplarizador
en las luchas de nuestro pueblo por la democracia y la libertad.
Yo mismo me sumaría con
entusiasmo a esa gran jornada cívica. Recorrería el país nuevamente,
junto a todo el que se sienta identificado conmigo, en favor de que el
pueblo manifieste su voluntad en favor del cambio a la Constitución.
Se que lo que late en el corazón
de todos los miembros de la alta dirección de nuestro Partido es que en
estos momentos, por lo que refieren las encuestas, el compañero
presidente Danilo Medina es quien se encuentra en mayores posibilidades
de garantizar un nuevo triunfo morado en las urnas.
Si la Constitución permitiera la
reelección presidencial, como ocurría en el 2008, todo sería muy fácil.
Esta discusión no se habría suscitado. Todos estaríamos apoyando a
nuestra mejor opción. Pero resulta que la Constitución no lo permite.
Aún así, no es mi propósito
erigir obstáculos en las aspiraciones legítimas de triunfo que todos
albergamos; y aunque por convicción y trayectoria, como he sostenido, no
soy partidario de modificar la Constitución con el único propósito de
hacer posible la reelección presidencial, me inclinaría reverentemente y
con humildad ante lo que sería la voluntad del pueblo, expresada en un
referendo.
Ya lo decía Abraham Lincoln, ese
gigante de la lucha por la libertad, que salvó a su nación de la
inminencia de una gran división, en medio de la Guerra de Secesión, para
liberar a los esclavos, al afirmar: ¨La democracia es el régimen del
pueblo, para el pueblo y por el pueblo.¨
Nunca temamos al pueblo. Dejemos que el pueblo hable. Así lo manda nuestra Constitución.
En nuestro humilde criterio, el
proyecto de reforma que se ha depositado en el Senado de la República,
no ofrece, por sí solo, suficientes garantías ni seguridad jurídica en
el sentido de que la reforma que se quiere hacer en la actualidad, no
volverá a repetirse en el futuro.
No es que se ponga en dudas la
palabra o las sanas intenciones de los Senadores que han formulado la
propuesta de reforma constitucional. Es que, sencillamente, el artículo
transitorio que se aspira a consignar dejaría tan vulnerable la
posibilidad de reformar nuestra Constitución en el futuro, como en la
actualidad interpretan algunos miembros de nuestra comunidad jurídica
que puede hacerse, esto es, sin aprobación de ley orgánica ni
realización de referendo aprobatorio.
Eso, naturalmente, sería
sumamente peligroso para el porvenir de nuestro pueblo. Sería nefasto.
Sería catastrófico, ya que dejaría las posibilidades abiertas para que
en la posteridad surja algún aventurero que modifique de nuevo la
Constitución, pero esta vez para establecer la reelección indefinida, e
intentar perpetuarse en el poder.
Así tendríamos el Trujillo del
siglo XXI, que vendría a cercenar nuestras libertades, a mutilar nuestra
dignidad y a truncar nuestro porvenir como pueblo.
Eso no lo podemos permitir. La
historia condenaría a nuestra generación como irresponsable, irreflexiva
e insensata, pues advirtiendo el peligro y la amenaza que significaba
para el futuro de nuestra democracia, de nuestra sociedad y de nuestras
familias, no tuvimos el valor de alzar nuestra voz y actuar en
consecuencia.
Obviamente, lo hacemos con
respeto; y lo que afirmo es que el proyecto de ley, actualmente en el
Senado, que procura modificar la Constitución de la República es
insuficiente, y por lo tanto, inaceptable, por el riesgo y la
inseguridad que implica para la supervivencia de nuestras instituciones
democráticas.
Aunque para muchos resulta más
que claro en la actualidad, para no dar lugar a dudas en los años por
venir, para que no haya ningún equívoco o falsa interpretación, debería
contemplarse modificar el artículo 270 del texto constitucional, para
que en lo sucesivo, en forma directa señale que la Ley de Convocatoria a
la Asamblea Nacional Revisora debe ser aprobada, ni siquiera como una
ley orgánica, sino como una ley especial, con las tres cuartas partes de
la matrícula de ambas cámaras.
De igual manera, debería
someterse a modificación el artículo 271, para establecer que en lo
sucesivo, si la reforma constitucional versa sobre el mandato de
elección constitucional del Presidente de la República, la decisión
deberá adoptarse también por la mayoría de las tres cuartas partes de
los miembros de la Asamblea Revisora
Debería también someterse al
Congreso Nacional, para que rija en lo adelante, la ley que dispone la
Consulta Popular, para que pueda modificarse la Constitución conforme al
artículo 210 de la misma.
Finalmente, en lo atinente a la
celebración del referendo aprobatorio, previsto en el artículo 272, la
propuesta es que el número de electores se eleve del 30 al 60 por ciento
de los inscritos en el registro electoral, para de esa manera hacerlo
más participativo y democrático.
La idea es, vuelvo a repetirlo,
que la Constitución sea rígida. Que no pueda ser cambiada o modificada
tan fácilmente. Que no dé lugar a interpretaciones aviesas o
acomodaticias. Que la Constitución sea, de manera permanente, el pacto
suscrito por los diversos sectores que componen la sociedad dominicana,
para que prevalezca siempre la paz, el progreso y la convivencia
civilizada.
Como puede apreciarse, lo que
sugiero es simple. No persigo cargo o puesto alguno. Sólo invoco que se
respete la Constitución, para que un mal ejemplo de hoy no se convierta
en la excusa o la justificación del mañana; y que todo lo construido
hasta hoy, con el esfuerzo laborioso de todos los dominicanos y
dominicanas, se destruya, por las ambiciones irrefrenables de poder que
cada cierto tiempo surgen en el horizonte nacional.
Reconozco que como consecuencia
de las discrepancias que se han suscitado en torno al proyecto de
reforma constitucional que procura la reelección presidencial, ha
surgido mucha intranquilidad y desasosiego en nuestro pueblo, y mucha
mortificación y aflicción en la familia peledeísta.
A pesar de nuestras diferencias,
hago todo el esfuerzo para que nuestro Partido se mantenga fuerte,
cohesionado y unido. Por eso, incentivo una línea de diálogo permanente
para superar nuestros escollos.
Todo lo que he sido y soy
políticamente se lo debo al profesor Juan Bosch y al Partido de la
Liberación Dominicana. Amo profundamente a nuestro partido de la bandera
morada y la estrella amarilla. Ahí me he formado. Ahí he luchado junto a
mis compañeros y compañeras durante los últimos 42 años, en favor de la
democracia, la libertad y la prosperidad de nuestro pueblo.
No escapa a mi conocimiento, por
demás, que en estos momentos el Partido de la Liberación Dominicana es
la única fuerza verdaderamente organizada que le queda a la democracia
dominicana; y que un descalabro nuestro sería una tragedia para la
estabilidad democrática de nuestra nación.
Por tanto, puedo asegurar que
por la sensatez que nos caracteriza, por nuestro sentido de
responsabilidad, por nuestra visión de la historia, por nuestro
compromiso con el futuro y por nuestra deuda imperecedera con nuestro
maestro y guía, el profesor Juan Bosch, nuestro Partido de la Liberación
Dominicana superará este trance; y saldrá más fuerte y vigoroso que
antes, más unido y más compacto, coronándose con nuevas victorias en
beneficio del pueblo dominicano.
En cuanto a mí respecta, se que
desde que culminó mi última gestión de gobierno, en el 2012, he estado
en el ojo del huracán de intereses en conflicto y ambiciones desmedidas
de poder, que han procurado hacer mi voz irrelevante en el escenario
político nacional.
De manera sistemática, como tal
vez nunca antes ocurriera con figura pública alguna en la vida del país,
se ha intentado degradarme, deshonrarme y hacerme añicos.
No se ha logrado, ni se logrará,
pues como dice la palabra, nadie que ha confiado en Dios ha quedado
defraudado. Por eso, cada día salgo protegido, al hacer mío el salmo 23,
diciéndome:
¨Jehová es mi pastor y nada me
faltará…Me guiará por sendas de justicia y aunque ande en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.¨
En todo caso, mi divisa es la de José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, en cuyas frases inmortales dijera:
¨Un hombre que oculta lo que
piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado.
Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que
pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un
hombre honrado.
¨Hay hombres que viven contentos
aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando
ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de
haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de
luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen
en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con
fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que
es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de
hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.¨
Muchas Gracias.
Buenas Noches.