La
enésima reinvención de la reinvención a cargo de la ‘ambición rubia’ se
ahoga entre autorreivindicaciones y cantos a sí misma que contrastan
con sus recientes contratiempos.
DARÍO PRIETO/Tomado de Elmundo.es
De todas las causas que ha
defendido Madonna, la que más le ha preocupado siempre ha sido… Madonna.
Esta autorreivindicación produjo durante un tiempo frutos
espectaculares, no sólo en lo musical (‘Like a virgin’, ‘Like a prayer’,
‘Erotica’), sino también en lo social: su actitud mostró a una
generación de mujeres que podían tener el control absoluto sobre su
sexualidad y animó a que el colectivo LGBT abandonase las sombras en las
que se escondían en muchos lugares del mundo. La seguridad en sí misma
que ha mostrado Ciccone en tres décadas, alimentada por la devoción
religiosa e incondicional de sus ‘fans’, ha terminado creando una
‘sátrapa’ del pop, siempre ahí arriba.
Sin embargo, la base sobre la
que se asentaba el ídolo ha empezado a temblar. Primero vino su patinazo
en la promoción de su último disco, ‘Rebel heart’, para la que utilizó
imágenes de Nelson Mandela y Martin Luther King con cables en la cara,
del mismo modo que ella aparece en la portada. Luego vino la filtración
de las maquetas del álbum, que obligó a la cantante a adelantar el
lanzamiento de seis canciones entre reproches de “violación artística” y
“terrorismo” a los internautas. Después, la filtración de álbum entero a
comienzos de febrero, mes y medio antes de la fecha de lanzamiento
oficial. Para terminar, la leche que se metió en directo hace un par de
semanas, vestida de torerita, durante su actuación en los premios Brit,
con las consiguientes risas.
No es que a Madonna no le guste
mostrar su fragilidad (de hecho, en ‘Rebel heart’ hay reconocimiento de
errores, pedazos de corazón roto y contradicciones), pero todos estos
contratiempos que le han pasado chocan de lleno con la autoexaltación
que hace en este álbum. A eso hay que sumarle la enésima apropiación de
lo que ‘está sonando’, que en este caso se mueve entre la electrónica
multicultural con bocinas de Diplo y el ‘subiduqui’ EDM-country de
Avicii, más las colaboraciones de Kanye West, SOPHIE, Nicky Minaj, Nas,
Chance the Rapper y una larga ristra de nombres.
Pero Madonna tiene ya 56 añazos.
Y aunque desde aquí aplaudamos que una señora de esa edad hable de su
vida sexual con ese desparpajo (en ‘Holy water’ compara su flujo vaginal
al agua bendita y dice cosas como: “De rodillas y genuflexo, Jesús
prefiere mi co…”) la enésima reinvención de la reinvención, el
rejuvenecimiento obligatorio, las menciones al pasado, los autohomenajes
y el canto a sí misma han llegado a un punto en el que terminan
cansando, a menos que la relación con ella sea la de adoración
incondicional e inmarcesible. Ella, que ayudó a jubilar la iconografía
más desfasada del catolicismo y el pop femenino, se presenta ahora como
un icono en la impersonal ‘Iconic’.
Tampoco ayuda la excesiva
duración del álbum (15 canciones en la versión estándar, 19 en la
‘deluxe’ y hasta 25 en algunas presentaciones), con muchos temas de
relleno y, lo que es imperdonable en alguien como ella -que metió de
lleno el ‘house’ y la electrónica de baile en el pop con pelotazos como
‘Express yourself’ y ‘Deeper and deeper’-, la ausencia de un himno
discotequero como lo fueron, recientemente, ‘Music’ y ‘Hung up’.
Lo que
más se le podría parecer es ‘Living for love’, primer adelanto de este
disco, que intenta hacer mover el culo entre el ‘bass’ de Diplo las y
voces de negra a lo ‘Like a prayer’. También ‘Devil pray’, que empieza
como la típica canción para bailar con sombrerito vaquero, ‘made in
Avicii’, y termina con un interesante juego rítmico entre letras que
dicen que las drogas ya no molan. Y se podría incluir ‘Beautiful scars’,
incluído en los extras de los extras, con un irresistible aire
noventero, horterilla y Daft Punk.
La colaboración con Kanye se
salda con ‘Illuminati’, algo ridícula a estas alturas del partido, y la
citada ‘Holy water’, que no está mal del todo, quizá por la recuperación
que hace del ‘Vogue’. Sin salir del tema sexual, ‘Body shop’ consigue
por la vía de lo pequeñito lo que no logra ‘S.E.X.’ y su vergonzante
enumeración de cosas supuestamente cachondas. Y ‘HeartBreakCity’, con su
piano y su descarnada confesión, se erige como el medio tiempo efectivo
que hace frente a otras lentas supuestamente más potentes, como
‘Ghosttown’.
Madonna es inteligente y sabrá
sacar rédito (económico, sobre todo) a todas estas recientes flaquezas,
avivando polémicas a medida que vaya presentando el disco en su gira
mundial, como ya sucedió con la anterior de ‘MDNA’. Lo que sí queda
pendiente es comprobar hasta qué punto este ‘Rebel heart’ marca el
choque definitivo entre la ‘ambición rubia’ y un mundo que quizá ha
cambiado demasiado para ella.