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Tomado de El Nuevo Diario
NUEVA YORK.- Leonardo Espinal,
el padre dominicano de 49 años de edad, que fue sentenciado este jueves
19 de marzo a 20 años a cadena perpetua, dijo a través de su abogado que
sintió remordimiento y por eso, se declaró culpable, pero a pesar de
esa declaración, la jueza de la Corte Suprema Estatal del Bronx, Troy K.
Webber, le dijo que había cometido uno de los crímenes más horrendos
que haya visto durante su carrera.
La condena significa que Espinal
tendrá derecho a pedir libertad condicional en dos décadas, pero la
Junta de Libertad Bajo Palabra (Parole) puede negársela y mantenerlo en
la cárcel de por vida.
El dominicano no dijo una sola
palabra, cuando se le cedió el turno para que hablara con la oportunidad
de mostrar su arrepentimiento.
Vistiendo el traje gris de
presos criminales de alto riesgo, con lentes y espesa barba, sus labios
temblaron en el momento en que escuchó la condena de boca de la
magistrada Webber.
Fue condenado por matar con
raticida típico dominicano denominado “Tres Pasitos” a su hijo Steward
Espinal, de cinco años de edad, y dejó grave a su hija Mia Espinal, de
7.
El niño fue encontrado muerto en
la bañera del apartamento escena del crimen, donde el padre se encerró
con los menores, cobrando macabra venganza porque su mujer, la boricua
Rosaura Abreu, lo había dejado por otro hombre.
La madre salió del tribunal
cubriéndose la cabeza y el rostro con una capucha para combatir el frío y
rehusó hablar con los reporteros.
Ella escribió un testamento que
fue leído por la fiscal auxiliar Jill Starishesky, quien le dijo a
Espinal que “su hija Mia, tendrá que vivir el resto de su vida con el
horrible recuerdo de que su propio padre, trató de matarla”.
La jueza preguntó a Espinal
“¿Cómo es posible que un ser humano pudo haber matado a su propio hijo
de 5 años, dándole veneno en una piza y ahogándolo en la bañera e
intentar acabar con la vida de su hermanita de 7 años, dándole veneno
para matar ratas en un pedazo de pizza?”.
En la carta, la madre dice “mi
querido angelito… nunca olvidaré la última vez que vi a mi pequeño hijo…
él estaba radiante, feliz, contento, y yo siguiéndolo por toda la
casa”.
Añade que “cuando ya era hora de
que me fuera al trabajo, me siguió hasta la puerta y me arrodillé para
hablar con él. Es como si mi corazón sabía que sería la última vez que
lo vería con vida…”
Sobre el trauma de la niña, la
señora Abreu explica en la misiva que “Mia sufre ataques de ansiedad
cada vez que se le menciona que ese apartamento donde vivía con su
hermano pequeño”.
Dijo que “ella nunca quiso
volver a dormir en la misma cama donde dormía con su padre, al que le
pedía que la protegiera contra los monstruos”.
Indicó Abreu que la niña sufre
cuando va a fiestas, va a la cama, juega con otros niños, cuando ve
fotos de su hermano, cuando ve a otro niño de la misma edad que él y
cuando la ve triste es porque sabe que está pensando en el hermanito.
“Todo lo que podemos hacer es tomar las cosas día a día”, concluye la carta de la madre.
Por Miguel Cruz Tejada